El día que cambió mi vida: nacimiento de Axel Tobías
Para cuando la memoria se debilite hijo, y queramos recordar el día que respiraste por primera vez, te dejo este relato, donde cuento con detalle todas mis vivencias de aquel 29 de junio de 2017, cuando te conocí y me enamoré perdidamente de ti.
Los primeros signos
Al llegar a la semana 37, los bebés se encuentran “full term” lo cual significa que si nacieran antes de su semana 40, estarían listos. Así que cuando llegué a esta semana, ya cansada por el peso de la barriga, la incomodidad para dormir y la ansiedad de no saber cuando Axel querría hacer su debut, secretamente comencé a desear que naciera pronto.
El jueves 22 de junio, con 37 semanas y 4 días, perdí el tapón mucoso. Víctor estaba de viaje en Los Angeles y yo me puse muy nerviosa de pensar que Axel podría venir en camino y él no estaría. Como lo esperaba, sin pensarlo un instante, mi esposo tomó un avión de regreso a casa. No se perdonaría jamás perderse ese momento. Sin embargo, nuestro bebé no desearía nacer sino hasta 1 semana después.
A partir de ese día comencé a sentir signos “extraños”. Estaba botando mucho flujo vaginal y no sabía si era líquido amniótico. También perdía más pedacitos de tapón teñidos de color marrón. Le escribía a mi doula, Renata Boscán, por cualquier tontería, incluso un día fui al médico a que me revisaran porque pensaba que capaz tenía una fisura en la bolsa y estaba perdiendo líquido poco a poco. El martes 27 todas mis teorías aterradoras fueron descartadas. En el médico me confirmaron que no presentaba signos de dilatación. Axel aún no quería nacer.
Pero el miércoles 28 tuve sensaciones que no había tenido durante todo el embarazo. En la noche, comenzaron unos dolores de vientre muy leves y soportables que iban y venían. Recuerdo que estaba editando unas fotos pendientes de un cliente de The Memory Land y sentí una necesidad incontrolable de terminarlas y enviárselas en ese instante. Esa noche dormí muy bien -dicen que la noche antes de dar a luz el cuerpo te da descanso para el maratón que viene-. Me pareció perfecto porque ya tenía aproximadamente un mes durmiendo muy mal. Lo que no sospechaba era que mi bebé nacería al día siguiente.
Jueves 29: el día que cambió mi vida para siempreTrabajo de parto en casa
Me despierté a las 7 a.m. con diarrea e inmediatamente comenzaron unos dolores de vientre suaves, que iban y venían. Me acosté de nuevo en la cama con Víctor al lado. Él seguía durmiendo pero no le comenté hasta no sentir que fueran más continuas. Respiraba profundo y las pasaba sola.
A las 8 a.m él se va a hacerse unos exámenes de sangre y allí los dolores empiezan a ser un poco más fuertes. Me levanto para ir al baño y comienzo a vomitar bilis -mi última comida habia sido hacía 12 horas y por lo visto o ya la habia digerido o la había botado con la diarrea-. Me sentía realmente mal, eran demasiados malestares al mismo tiempo.
Llamé a Renata y me dijo que tomara un baño caliente a ver si las contracciones pasaban. Lo tomé y no pasaron, seguían intensificándose. Le volví a escribir y le comenté lo de los vómitos. Me dijo que vomitar era normal durante el trabajo de parto ya que todo se revolvía y que como las contracciones no se quitaban, que inmediatamente salía para mi casa.
Mi mamá me ayudó a secarme el cabello, y poner todo un poco en orden. Le avisamos a Víctor, regresó a bañarse y yo bajé a la sala. Llego Renata, me monté en una pelota de pilates, y aguanté contracciones durante 2 horas -de 9 a 11 a.m-. Eran intensas pero soportables. En algunas se me salían las lágrimas. Vomité un par de veces, mucha bilis y Renata estuvo muy pendiente de mantenerme hidratada con sorbos de agua de coco.
A eso de las 11:15 a.m. las contracciones duraban entre 50 y 60 segundos y tenían 4 minutos de diferencia. Mi médico me había indicado que debía esperar a que pasaran 3 minutos entre una y otra y yo pensaba esperar hasta alcanzar este número, también con la esperanza de seguir dilatando y llegar a los 5 cmts. antes de llegar a la clínica y pedir la epidural -la anestecia retrasa un poco el trabajo de parto ya que no te dejan levantarte de la cama una vez que te la aplican, entonces yo quería aguantar lo más posible antes de solicitarla-. Pero Víctor sugirió irnos porque el Mt Sinai -hospital donde daríamos a luz- quedaba alrededor de 40 minutos de distancia y aparte estaba vomitando mucho y Renata le temía a la deshidratación.
Bolso de mamá, de papá, pañalera de Axel y silla del carro instalada. Nos montamos en la camioneta vía el Mt Sinai. Las contracciones se acercaban cada vez más y yo rugía y botaba lágrimas de dolor. Cada contracción duraba 1 minuto exacto, alcanzando su clímax en el segundo 20. Creo que Víctor nunca me había escuchado gritar así, se desató un instinto animal muy fuerte y primitivo dentro de mí.
La llegada al hospital
Llegamos al hospital alrededor del mediodía. Ya las contracciones venían cada 3 minutos. Me dio una super fuerte en el ascensor subiendo al piso 3, donde está maternidad. No tenía pudor, si necesitaba gritar lo hacía, sin importar a quien tuviera alrededor. Entramos y Victor hizo el check in. Yo me retorcía. Las enfermeras me repetían que respirara pero yo sólo quería gritar, como una leona. La sensación es literalmente como si te estuvieran abriendo las caderas.
A las 12:30 p.m. me pasaron a un cuarto compartido para que una enfermera me hiciera un tacto y determinar si podía ser admitida. Renata y mi mamá esperaban en una salita de espera y Víctor entró conmigo. Debo confesar que tenía mucho miedo a esta parte del proceso, me habían dicho que el tacto era bien incómodo e incluso podía ser doloroso. Pero mi enfermera, April, fue muy gentil y no me dolió en lo absoluto -quizá cuando comparas con el dolor de las contracciones, nada duele realmente-. Cuando sacó los dedos aplaudió diciendo que tenia 3 cmts. de dilatación. What? ¿Solo 3? Con ese nivel de dolor yo pensaba que tendría 7-8 cmts. No tenía ni idea de lo que eran los dolores de parto.
Mientras me asignaban habitación, le avisaban a mi médico y monitoreaban los latidos del corazón de mi bebé, pasó la hora más larga de mi vida. Pensaba que literalmente me abrían las caderas de par en par. Víctor me acompañó en todo momento, me daba su mano, me ayudaba a respirar. Me decía al oido que me amaba, que nunca lo había sentido con la intensidad con la que lo sentía en ese momento, que todo estaría bien, que faltaba muy poco para ver a nuestro bebé. Él fue clave en este proceso, me hizo sentir siempre segura y protegida. Renata entró un par de veces y escondida me daba agua de coco. La verdad el tema de tener un trabajo de parto con náuseas y vómitos, no se lo deseo a nadie.
A la 1:30 p.m. me pasan a la habitación donde sería el parto. Yo quería esperar hasta los 5 cmts. de dilatación sin epidural, por el tema de que se atrasara el proceso y luego terminar en cesárea -era de mis mayores temores-, pero no aguantaba más. Me senté en la pelota de pilates, Renata me ayudaba a respirar, Victor me apoyaba, gritaba mucho para liberar energía, pero era mucho dolor. Mis respetos para las mujeres que dan a luz sin anestecia. Yo pedí a gritos la epidural.
Como a las 2 de la tarde llegó el anestesiólogo y después de darnos los respectivos protocolos, salieron todos de la habitación y me quede con él y una enfermera. Este proceso tampoco es incómodo ni doloroso -también me habían hablado horrores, quesi ardía, quesi la posición, etc- y realmente cuando ese líquido milagroso entró en mi sangre, conocí el paraiso. Dejar de sentir, fue una bendición. Quería abrazar al anestesiólogo por ese regalo. Ya no podría caminar más porque perdería la sensación total de mis piernas, así que me colocaron una sonda para vaciar la vejiga y un IV para hidratarme
Seguidamente entró mi médico, Franz Rivera y me hizo un nuevo tacto -este fue aún más maravilloso, porque no lo sentí-. Rompí fuentes y me dijo con optimismo que ya había dilatado 6 cmts. ¿3 cmts. en 1 hora? !Con razón me estaba desarmando! Ahora el proceso podría alentarse un poco, pero ya yo tenía anestesia y no me importaba. Solo me faltaban 4 ctms. para conocer a mi bebé.
Llegó mi fotógrafa estrella, Patty, quien estuvo conmigo hasta incluso después que nació Axel y a quien le debo las fotos más bellas de este momento. Luego Víctor, Renata y mi mamá, y así transcurrió la tarde. Yo pude dormir un poco. Tenía prohibido comer o beber, solo hielo picadito, y más vale que hubiera hecho caso, pero no hice y lo lamenté después.
Pidieron una pizza y yo no tenia nada en el estómago. Así que pedi algunos mordiscos -fueron pocos, creo que no llegué ni a 1 slice de pizza-. También tenia unas uvas verdes escondidas que comía de vez en cuando y un termo con agua de coco por la deshidratación de las vomitadas de la mañana. No consideré tan grave comer algo “ligero” de vez en cuando, total, venía un maratón cuando me tocara pujar a mi bebé.
Pero creo que fue un error porque después de las 7 p.m. comencé a vomitar en intérvalos. No afectaba al bebé -incluso al parecer el movimiento ayudaba a bajarlo más- pero fue muy desagradable. Diría que el evento más desagradable de todo mi trabajo de parto.
El expulsivo
A las 9 p.m. entró la enfermera, me hizo un nuevo tacto y me informó que ya tenía 10 cmts. de dilatación. Nos preparamos y comenzaron los 45 minutos del expulsivo para conocer a Axel Tobias Badell.
En Estados Unidos, dar a luz no es como en Venezuela. Aquí ves a tu médico un par de veces durante el trabajo de parto, pero no está contigo siempre. La primera parte del expulsivo se hace con la enfermera. Gracias a Dios la nuestra, Janette, era muy linda y sensible. Había que pujar 3 veces, durante 10 segundos, en cada contracción. Era agotador llegar a los 10 segundos y los últimos dos siempre terminaban con un grito.
Víctor me ayudaba con palabras de aliento e inclinándome la espalda. Renata me recordaba que debía imaginarme que estaba haciendo pupú -literalmente- y que concentrara mi fuerza en el ano, no en la cara o el cuello. Mi mamá, muerta de nervios, se escondía detrás de la puerta y de vez en cuando se asomaba. Patty, documentaba cada momento. Yo… yo estaba como en una dimensión surreal. Me sentía muy pesada, como reteniendo mucho líquido. Sentía mucha presión en los hombros y en el cuello, y vomité mucho entre una contracción y otra.
Después de 20 minutos pujando con Renata y Víctor como coach del equipo, entró mi médico. Con él puje alrededor de 20 minutos más. Cuando salió la cabecita, se puso una bata, gorro quirúrgico y hasta una máscara en la cara. Continuaron las órdenes. Estaba exhausta, aunque para los que se preguntan, no se siente dolor, es como una presión, las ganas incontenibles de expulsar algo, un algo milagroso, mi hijo.
Y entonces, después de 50 minutos de lucha, de la carrera más hermosa que he corrido, salió el cuerpito de mi bebé hasta la mitad y el médico me pregunta: ¿lo quieres sacar tú? Ni le respondí, levanté las manos y me traje a mi bebé hasta el pecho. Las ganas de llorar fueron incontenibles. Mi bebé, repetía, mi bebé. Peludito, rosado, perfectamente lleno de sangre y vernix, a las 9:51 p.m respiró por primera vez Axel Tobías Badell, y mi mundo cambió para siempre.
Quise hacer skin to skin por varios minutos, pero no pude. Mi bebé nació con la temperatura un poco alta y una enfermera se lo llevó para regulársela. Nada grave, pero era mejor controlarlo. Víctor se fue con él y el médico se quedó conmigo alrededor de una hora más mientras expulsaba la placenta y hacía las correcciones necesarias allá abajo.
Mi mamá, Renata y Patty permanecieron conmigo. Estaba como en una nube. No sentía dolor, pero la anestesia perdía su efecto poco a poco, en la intensidad necesaria para terminarse justo cuando mi doctor, Franz, terminara conmigo. Debo decir que este proceso fue perfecto.
Nuestro mundo cambió para siempre. Axel es un maestro que vino a enseñarnos tanto. Depende de mi, y yo quiero darle lo mejor para que crezca sano y fuerte. Estamos perdidamente enamorados de él y a la vez siento que mi relación con Víctor está mucho más fortalecida por haber vivido juntos y tan compenetrados esta experiencia tan maravillosa. Para mí, es el mejor esposo y el mejor papá para Axel.
Quiero culminar dándole las gracias infinitas a las otras 3 personas que nos acompañaron en este día tan importante. Mamá, eres la mejor del mundo, gracias por estar ahi siempre, ser incondicional, entregada, apasionada. Eres la mejor abuela para mi bebé, te amo mucho. Renata, tendría 100 muchachos si tú me acompañas en este proceso. Gracias por tus palabras sabias, tu serenidad, la paz que transmites en todo momento. Eres un ser maravilloso y ojalá Axel pueda contar con tu presencia mientras crece. Te queremos. Y Patty, ¿qué puedo decir de ti? eres un ángel. Es una bendición haberte conocido. Gracias por tu buena disposición siempre y acompañarme en mis momentos más felices. Estos recuerdos son muy importantes para el futuro y estarán inmortalizados gracias a ti. Te adoramos.
Gracias por leer hasta aquí y revivir este momento conmigo… estamos muy felices. Comienza la aventura.