Aniversario en Las Vegas
En la medianoche del miércoles 2 de septiembre, mientras veíamos un capítulo de Six Feet Under echados en el sofá, Víctor me preguntó que a donde quería ir a comer por nuestro aniversario dos días después. Yo, inocentemente, le dije que si estaba en nuestro presupuesto, me encantaría comer en Sugar Cane –restaurante de comida internacional exquisita, que además queda justo en frente de nuestro edificio-. Víctor, después de una pausa, me preguntó si no me importaba comer en un lugar un “poquito más lejos”. No #mybaby, lo que tú quieras, en verdad si es rico me da igual. Entonces de repente, sin siquiera terminar de ver el capítulo, se paró del sofá, caminó hasta su closet, sacó 2 maletas y me dijo: nos vamos.
Mi cara fue una mezcla aterradora entre WTF? y ¿de pana? Mete ropa para 3 días, clima caluroso, dos pintas bonitas para las noches y algo deportivo para un treckking. Yo me sentía como cuando me pidió la mano año y medio atrás, en medio de una situación totalmente inesperada, donde no sabía si salir corriendo o entregarme a la aventura. Por supuesto, con este hombre yo me voy a donde sea, y a la 1:00 a.m. me dispuse a hacer una maleta a ciegas, mientras imaginaba cientos de lugares a donde íbamos a ir, sin ninguna pista.
A las 4:00 a.m. nos levantamos, Vic llamó a un Uber –al cual le dio órdenes exclusivas de no decir a donde estábamos yendo- y nos fuimos al aeropuerto. Baby, pero… ¿y mi pasaporte? Ya sabía que era un viaje en avión, pero de verdad no tenía ni la más mínima idea de a cual ciudad iríamos. Obviamente no había nada de qué preocuparse, como buen capricorniano había planificado todo muy bien. Durante el check-in me mantuve alejada, porque él no quería que viera los boarding pass. Así pues estuve a ciegas hasta prácticamente cuando llamaron a embarcar en la puerta: We are going to Las Vegas, baby.
Bienvenidos a la ciudad del vicio
Salimos de Miami a las 7:00 a.m,. en un vuelo de American Airlines. El recorrido duró 4 horas y media, tiempo en el cual yo no superaba la emoción. Había ido a Las Vegas con mis papás cuando tenía 12 años –wow, 15 años atrás- pero no solo no me acordaba de casi nada, sino que lo poco que recuerdo es que nisiquiera me dejaban quedarme parada en los casinos por mi edad. Y, hello, Las Vegas es 80% casinos.
Era una nueva oportunidad para conocer la ciudad con una visión más madura, con mi esposo que además ya ha ido muchas veces e iba a ser el mejor guía turístico y con mi cámara en mano, para inmortalizar esta experiencia para siempre. Todo sería nuevo para mí y me sentía realmente agradecida, con Dios, con la vida y con #MyBabyHusband.
Lo primero que llamó mi atención de esta ciudad es que la levantaron de la nada. Sí, Las Vegas es un espacio de luz en la mitad del desierto de la Gran Cuenca, donde alguien tuvo una visión y ahora se concentran miles de millones de dólares en turismo, casinos, shows, bares y discotecas. Desde mi punto de vista, es una ciudad donde reina el vicio: el alcohol, el juego, el cigarro –asco, permiten fumar en todos lados- y probablemente la limpieza de dinero sucio proveniente del tráfico de drogas. Pero bueno, nosotros íbamos en otro plan.
Aterrizamos, y lo segundo que llamó mi atención es que en el mismo aeropuerto había máquinas de casino. WTF? ¿Hasta aquí llega la obsesión por jugar? Después me daría cuenta que esas máquinas están en todos lados, sin exagerar, hasta las vi en algunos baños. Recogimos la maleta, tomamos un taxi y nos dirigimos al hotel Encore, al principio del Strip.
Yo definitivamente parecía una niña que nunca había viajado, porque no me cabían las cámaras en las manos tomándole fotos a todo. Qué hotel tan espectacular. Entramos por un lobby que tenía una especie de jardín con esculturas de flores artificiales de miles de colores. Estaba fascinada. Nos atendieron con mucha educación, nos entregaron las tarjetas de nuestra habitación y comenzamos el recorrido para los ascensores –que ¡vaya!, es un viajecito-.
En este hotel entendí el arte que implica estudiar turismo. La logística de entrenamiento que debe tener el personal de este hotel debe ser impecable, porque es como si todos hablaran el mismo idioma y estuvieran entrenados para cualquier eventualidad. Todos saludan, todos te preguntan si necesitas algo, todos hacen lo que está en sus manos para que te sientas cómodo. Y no es porque sea un hotel caro, es que en general todos los huéspedes de cualquier hotel deberían ser tratados así. 20 puntos por esto.
Llegamos a la habitación y comencé a flipar en colores. La distribución, la vista, la calidad de los artículos de higiene, la suavidad de las sábanas, los detalles, todo era fantástico. Es que si uno ya conociera Las Vegas, esa habitación era pasar el fin de semana allí. Eso sí, mi esposo me dio órdenes estrictas de no agarrar nada del minibar porque todo costaba el triple que en la calle –y reconozco que estuve tentada, todo te lo venden divino-.
Después de instalarnos y dejar las maletas, bajamos a desayunar en el buffet del Wynn –al lado del Encore-. OMG, nunca había estado en un restaurante con tanta variedad. Imagínense que tenía hasta una pastelería adentro, con una sección enorme solo de postres. Lo malo de estos all you can eat es que uno se desespera tanto con tanta variedad, que terminas comiendo hasta sin hambre. Entonces haces unas combinaciones incoherentes porque quieres probar todo: panquecas con syrop, sushi, jamón serrano, croquetas de cangrejo, ensalada de frutas, cupcakes de redvelvet y chupetas de chocolate. Ah, y todo en el mismo plato. Qué pecado, quedamos aventados.
Para bajar las 2.000 calorías, salimos a caminar por el Strip. El Strip es la calle famosa de las Vegas donde se aglomeran los hoteles más lujosos de un lado y otro. Además de hoteles, hay casinos independientes, restaurantes, centros comerciales y franquicias variadas. Culturalmente no hay mucho que aprender, pero para mí era súper interesante ver cómo habían construido un “fake city” en la mitad de la nada. El calor no estaba fácil.
Imagínense que los extraterrestres llegaran al planeta Tierra y cayeran en Las Vegas. Dirían: WTF? no entiendo, aquí hay una estatua de la libertad, una pirámide de Egipto, una Torre Eiffel, unas góndolas como en Venecia y todas estas luces prendidas las 24/7. Y es que esta ciudad termina siendo un poco desconcertante, porque no puedes extraerle la personalidad. Es una mezcla de todo, una tierra de nadie. Las Vegas es un territorio temporal, dudo que alguien sueñe pasar una “vejez tranquila y feliz” en esta ciudad.
Así que comenzamos a caminar para conocer los hoteles por dentro, que es realmente lo más fascinante, el diseño y arquitectura de estas estructuras. Comenzamos por Palazzo y Venice –que me encantó, porque imitan adentro la Piazza San Marco y hasta tienen unos canales artificiales con góndolas-. Luego entramos al Eiffel, que está un poco viejito pero las mesas del casino imitan las diferentes estaciones de metro y esto me pareció original. Luego fuimos al Aria, que es súper moderno, al Bellagio –que tiene enfrente una fuente enorme donde se hacen shows de agua y luces todas las noches- y terminamos el recorrido en el Ceasar Palace –que es de los más grandes y hasta tiene una imitación de Coliseo donde se presenta Celine Dion-.
Estábamos agotados por el viaje, el cambio de horario, el calor infernal, y nos regresamos al hotel a descansar. Esa noche Vic me llevó de sorpresa al Bellagio, al show del ventrílocuo Terry Fator, que debo decir que superó todas mis expectativas. Es admirable cómo ese hombre imita tantas voces sin mover un ápice de la boca, mientras maneja un muñeco, hace que parpadee, que mueva las manos y todo esto, sin ningún tipo de expresión en su cara. Es un durísimo y aunque la gente cuando va a Las Vegas solo piensa en ir a ver el Cirque Du Soleil, este show está súper recomendado.
Salimos a las 9 p.m. hambrientos y cenamos en un restaurante italiano del Venetian. Mientras comíamos le dije a mi esposo que estaba súper agradecida por este viaje y que sabía que no podía pedir nada más, pero que si por casualidad se ganaba algo jugando en el casino, me encantaría un masaje de lo que sea en el spa del Encore. Él me miró con dulzura sin prometerme nada, pero esa noche, después que yo me fui a dormir, él bajo al casino y jugó para complacerme.
Happy Anniversary #MyBaby
Esa mañana me abrazó fuerte y me dijo que a las 12 p.m. tenía cita en el spa para un masaje de aromaterapia. Really? Graciasssssssssssssssss. Yo amo un masaje, no sé por qué siempre tengo nuditos en la espalda y mi esposo hermoso, aunque lo intente con amor, me masajea con mucha fuerza y a veces me deja más adolorida –Pardon, my Lord-. Así que nos desayunamos unas crêpes con banana y nutella rápidamente en el Palazzo y nos fuimos al spa.
Llegamos y Vic pagó por mi masaje. En ese proceso decidió que mientras me daban el masaje, él estaría en el spa de hombres, pero la entrada, solamente para utilizar las instalaciones del spa, tenía un costo de $40. Entonces aquí me hizo pasar pena. Les cuento por qué.
Todos los años, mi esposo viaja Las Vegas porque Mr. Buffet realiza un encuentro anual para los usuarios de su aerolínea privada NetJet, en el hotel Wynn. Obviamente mi esposo va SUPER coleado, porque va como invitado de su compadre Horst quien es el que realmente usa este servicio. Pero como Vic no es casi pilas, se aprovecha de estos beneficios y le dan carnets VIP para saltarse colas, pasar de primero a las discotecas, poder abrir créditos en el casino, en fin, como él mismo dice, para “chapear”.
La última vez que vino a Las Vegas, en noviembre del año pasado, le dieron una y el muy vivo se la trajo en este viaje porque sabía que con ella no tenía que pagar los $40 del spa, ni hacer cola en el buffet. El problemita es que el carnet estaba vencido y el muchachito me pidió la acetona para borrarle la fecha de vencimiento. Realmente tenías que ser muy detallista para fijarte que se la habían borrado, pero igualmente a mi estas situaciones me dan mucha vergüenza.
El cuento es que llegamos al spa a pagar por mi masaje y Víctor avisa que va a entrar al spa de caballeros y saca la bendita tarjetica. Me puse blanca. Dios mío qué pena si este hombre se da cuenta que esa tarjeta está vencida, en este lugar tan fino y con gente tan “pipirisnice”. Y el señor, súper amable, nos dice que se la va a mostrar a su supervisor para comprobar if he could waive the fee. Entonces Víctor se puso del mismo color que yo y le dijo que no importaba, que si era mucho problema que lo dejara así. No way Sir, give me one minute and I´ll check.
Bueno, esos minutos de espera fueron eternos. Me imaginé a los hombres de seguridad del hotel llegando a investigar a Víctor y por qué le había borrado la fecha y yo muerta de la pena ya sin ganas de entrar al spa. De repente salió el hombre, con una cara de “sé que la borraste pero te lo voy a perdonar porque por $40 no te voy a perder como cliente” y nos dijo que podía pasar sin problema. I know he knows, le dije a Víctor, y de la vergüenza entré corriendo al spa, huyendo de esa vergonzosa situación.
Pero la pena me duro 35 segundos, cuando entré a ese lugar mágico. He estado en spas anteriormente –de hecho estuve en el del Santa Clara en Cartagena y pensé que sería difícil superarlo-, pero este es muy difícil describirlo. Primero, me preguntaron mi talla de sandalias y me proveyeron con una bata grande, peludita y deliciosa y unas pantuflas a mi medida. Me condujeron hasta los lockers, donde me explicaron cómo usar la cerradura, donde estaban los baños y a donde tenía que dirigirme para el masaje. Después de superar el shock de ver a tantas mujeres semi desnudas, me puse mi batica modestamente y me dirigí al salón donde tenía que esperar.
Entré como a un oasis árabe, o al menos algo así he visto en las películas. El salón estaba rodeado de cortinas azules, satinadas y súper gruesas. Muebles comodísimos de todos los tamaños y formas, un bar pequeñito y elegante, selfservice, con snacks saludables y puras mujeres bellas. A los pocos minutos que entré, llegó una mujer de entrados los 50, educada y elegante, que en susurro me dijo: Mrs. Badell, Happy Anniversary, join me please.
Es que hasta el aniversario de uno se lo saben chico, son unas bárbaras. En medio de mi asombro, comenzamos a caminar por un pasillo largo, con Budas dorados a ambos lados, y muchas cabinas escondidas a la izquierda y a la derecha, desde donde entraban y salían mujeres con pasos cautelosos y sonrisas perpetuas. Yo sentía que flotaba de tanta emoción.
Entramos a una cabina a mano derecha, Cloddy –mi masajista- amablemente me mostró donde debía guindar la bata, colocar mis anillos, tomar agua y por último me dio para oler 5 diferentes tipos de aromas para el masaje. Yo de lo más niche de casualidad no pregunté si podían ponérmelos todos, pero me contuve. Elegí uno que se llamaba “Relax” y me acosté boca a bajo sin miedo a nada.
Mientras recibía mi masaje, pensé que Dios le dio manos benditas a algunos mortales y a otros no. Esta mujer sabía exactamente donde darme y no solo usaba las manos, también hizo presión con su antebrazo y con el codo –fue fuerte, pero me encantó-. Todo el tiempo sentí su respeto y consideración. Cada cinco minutos me preguntaba si estaba cómoda, si la presión estaba bien, si quería calentar más la camilla –si señores, la camilla se calentaba, oh la la-. No quería que se terminara nunca, pero como todo lo bueno dura poco, la hora se me pasó volando.
Mi esposo tan hermoso ya había dejado hasta propina, así que me despedí de Cloddy y me dispuse a utilizar el resto de las instalaciones del spa. Entré al sauna con mis dos pepinos fríos en los ojos, me coloqué paños de agua helada y subí las piernas para incentivar la circulación. Como todo el viaje había sido una sorpresa, no me llevé traje de baño, y lo lamenté porque me hubiera encantado pasar horas en el jacuzzi.
Cuando terminé con el sauna, me bañé en las regaderas majestuosas del spa, me puse 2 veces shampoo, me embadurné de crema de coco, me sequé con 5 toallas e hice uso exagerado de todos los productos de cortesía. Busqué mis 4 peroles en el locker mientras 5 mujeres desnudas caminaban de un lado a otro –aquí definitivamente no había pudor de ningún tipo- y subí a la habitación a encontrarme con #MyLord.
El día anterior habíamos comprado entradas para ver la exhibición Bodies en el Hotel Luxor, así que pedimos un taxi y fuimos. La verdad se las recomiendo porque es una oportunidad para conocer nuestro cuerpo, cómo está formado y cómo debemos cuidarlo. Es impactante ver a seres humanos como uno allí, disecados, observarlos por dentro, entender lo que tenemos y cómo está distribuido. La parte de las enfermedades y los fetos es súper impactante, la verdad provoca cuidarse mucho después de asistir.
Regresamos al hotel a descansar un rato y nos despertamos a las 6:30 p.m. Mi esposo había hecho reservación en un restaurante elegantísimo en el Encore: Botero. Era nuestra cena de Anniversary y realmente fue deliciosa. Al principio nos trajeron una variedad de panes con ricota y aceite de oliva, ñam ñam. De entrada pedimos una degustación de crema de maíz y de segundo plato petit filet –suavecito-, con risotto de zuccini, ¡uff! -sorry por las fotos, son del celular-
Ya yo no esperaba más nada, cuando mi esposo adorado me llevó al teatro del Wynn para la sorpresa más importante de la noche: Le rêve. Este show sin duda ha sido el más espectacular que he visto en mi vida. Del mismo director del show de 0, de Cirque Du Soleil, este espectáculo conmovió cada uno de mis sentidos. La música impecable, los vestuarios súper coloridos, la tarima inexplicable y el nivel de los acróbatas excelente. Además estábamos en primera fila y los veíamos a todos face to face. Fascinada.
Para cerrar la noche, jugamos un ratico en el casino, pero no ganamos nada –de hecho, perdimos un poquito-. Teníamos que acostarnos temprano porque mañana tenía la última sorpresa del viaje: conoceríamos el Gran Cañón.
El mar que se convirtió en tierra de colores
El sábado 5 de septiembre madrugamos. El gran cañón queda a 4 horas y media de Las Vegas en carro –como ir a Puerto la Cruz ida por vuelta desde Caracas-. Vic alquiló un carro que teníamos que buscar por el aeropuerto de Las Vegas, así que a las 7:00 a.m. salimos a buscarlo.
Comenzamos a manejar y decidimos desayunar en el camino porque aún no teníamos mucha hambre. Una vez más, estas carreteras me asombraron por su limpieza y excelente vialidad. Después de una hora nos paramos en un supermercado, desayunamos y compramos un sándwiches para almorzar durante el paseo. Saliendo de allí, y como mala copilota que soy, dormí durante todo el camino, prácticamente hasta que llegamos al parque: Grand Canyon South Rhim.
Aprendí ese día que Gran Cañón son miles de kilómetros y puede visitarse desde varios estados. Nosotros fuimos hasta el South Rhim en Arizona, pero también hay paseos en Nevada y Colorado. Este nos pareció alucinante, aunque un poco lejos de Las Vegas, por esta razón si alguna vez quieren hacerlo desde allí, es mejor dormir una noche aquí.
Llegamos al mediodía, pagamos 20 dólares por el carro y entramos. El estacionamiento estaba full por la hora, encontramos un puestico “a lo venezolano” y buscamos el mapa. En este lado del cañón hay 5 rutas diferentes. Lo que hay que hacer es montarse en el bus del color de la ruta que quieras conocer e irte parando en las diferentes estaciones para conocer los miradores. Nosotros elegimos la ruta roja (Hermis Rest Route) porque nos pareció larga y nos daba la oportunidad de conocer más puntos –solo teníamos 4 horas-.
Cuando nos bajamos en la primera estación, no queríamos montarnos más en el bus. Todo el borde del cañón, es una caminería-mirador donde habían muchos turistas caminando y tomando fotos. Caminar para nosotros implicaba vivir de manera más intensa la experiencia, y aunque en algunos puntos me parecía peligroso –no había barandas y era un precipicio- lo hicimos juntos.
La energía que se siente allí es especial. Uno se siente mínimo, nada. La naturaleza nos embriagó con su poder, sus capas de colores, su bagaje histórico que gritaba por cada uno de sus poros. Estas montañas llevan millones de años aquí y uno es un ser tan pasajero que caminas por este plano no más de un siglo. Se sentía como caminar por el fondo del mar, ya sin agua, después de siglos de sequía. Con mi mercurio en piscis, me imaginé a colosales mamíferos marinos nadando por esta azona. Aquí se encuentra uno de los portales energéticos del mundo –según mi profesor de astrología, llegué con mucha energía a la clase el martes siguiente-.
Caminamos, tomamos fotos, respiramos aire puro, y cerca de las 3:00 p.m. hicimos el picnic con la mejor vista. No considero que sea un lugar para niños, porque es más un espacio de contemplación que de diversión y sobretodo por el tema de las barandas que es muy muy peligroso. La ruta que escogimos estuvo chévere, se veía el río Colorado y las diferentes tonalidades de las piedras, pero nos quedamos con las ganas de conocer más –como les digo, es para dormir por lo menos 1 noche-.
A las 5 p.m. agarramos carretera de regreso. Nos habían dicho que los venados se atravesaban al atardecer y que podía ser peligroso manejar a esa hora, así que queríamos aprovechar la luz. Aquí me comporte a la altura como copilota y no dormí nada –esto de los animales atravesando la carretera, y a la velocidad que uno va, no debe tomarse a la ligera-. Jugamos stop, adivinanzas, hablamos de la vida, aprendí sobre la casa de bolsa y las 5 horas se nos pasaron volando.
El viaje terminó al día siguiente, después de engordar 3 kilos nuevamente en el Buffet del Wynn. Nuestro vuelo salió a las 3:00 p.m. rumbo a nuestro hogar, en Miami.
Las palabras no son suficientes para agradecerle a la vida esta oportunidad de un viaje más, un nuevo destino para descubrir, nuevas experiencias para crecer, y todo esto de la mano del hombre que escogí para pasar el resto de mi vida, un ser humano maravilloso, complaciente y lleno de amor. Soy tan afortunada que tengo mucho para dar, y por eso les comparto esta experiencia y muchas cosas más. Gracias por haber llegado hasta aquí, ¡hasta un próximo viaje!